Hiperrealismo: la ausencia del artista.
A finales de la década de los 60 surge un movimiento en los Estados Unidos y parte de Europa que recibirá el nombre de Hiperrealismo. En 1968 el artista norteamericano Chuck Close termina su “Gran Autorretrato”. Inspirado en el fotorrealismo crea una técnica innovadora en la cual coloca una malla sobre una fotografía amplificada, otra sobre el lienzo, y va copiando a la perfección celda por celda.
El periodo de vanguardias ya había recurrido a la ayuda fotográfica para la representación pictórica; esto lo podemos observar en el pintor y fotógrafo Charles Sheeler y el movimiento precisionismo: la gran extensión del cubismo.
El realismo también es una influencia clara en el hiperrealismo, pero con marcadas diferencias; no podríamos comparar las obras de Coubert con las obras de Close o de Don Eddy; el renacimiento escultórico de Miguel Ángel y Bernini con las esculturas hiperrealistas de John de Andrea, inclusive, pero en menor medida descabellado, la idea de comparar el expresionismo abstracto de Edward Hopper con las escenas cotidianas norteamericanas de Richard Estes.
Cada movimiento pictórico tiene su profunda devoción a un ideal, un contenido y a su representación con el uso de una técnica definida. En el arte es un absurdo caer en la comparación; las temáticas tienen diferente idea semántica o manifestación simbólica, y cada técnica conlleva su propio estudio de ejecución. Lo que identifica y a la vez da diferencia a toda obra es la marca o huella del artista: el registro de noción sensitiva sobre la materia. La subjetividad no solo es la impresión simbólica, también es el registro y modificación de la materia; en el caso de la pintura es la marca de pinceladas o el relieve. Cuando contemplamos un cuadro y vemos su trazo irreconocible y podemos gritar es un Van Gogh o un Rembrandt; al mismo tiempo vemos la impresión que descodifica una vaga noción de realidad y la convierte en una percepción meramente subjetiva.
El hiperrealismo, como buen hijo del arte pop, se centra en la visión pragmática de lo real y vuelve estático el objeto. El objeto subordina al observador y éste se convierte en su fiel representante, no hay más narrativa y discurso que la ideología ya establecida del objeto, ahí radica la visión warholiana del mundo, el objeto ya está cargado de pensamiento, solo reproduzcámoslo. No hay intervención en la materia y mucho menos manifestación de praxis. El hiperrealismo que emerge en países de alto calibre capitalista tiene toda la formación de ser un observador. Un fenómeno similar estudiado por el crítico Lukács en el naturalismo literario nos recuerda esta hipótesis. No hay intervención del artista en la materia y, a pesar de que claro que la hay, existe el fuerte empeño de aniquilar su huella. Por eso la fotografía se manifiesta como elemento de ilusión objetiva para el servicio de la crónica y la exposición ideológica en la cinematografía. El hiperrealismo es un hijo de su tiempo histórico y social, y como tal se comporta ante sus medios estéticos. La técnica es magistral, pero no hay narración ni medios subjetivos que le den fuerza. El hiperrealismo se consagrará como la gran ausencia del sujeto y la intervención de su ideal.