Hay ciertas obras que guardan una correspondencia con el pasado y con el futuro. Esta idea las une en matrimonio con el tiempo. Obras que escapan a la comprensión desde los valores estéticos o los elementos técnicos; hablan desde su representación poética y contienen un valor por sí mismas. Su efecto: hechizar al espectador.
“Los perfumes, los colores, los sonidos se responden.” Escribió el poeta francés Baudelaire. Ante ese verso destacan tres sustantivos: sonidos, perfumes y colores. Ante las obras de Arturo Kaplan podemos hacer una analogía exacta. Sobresalen correspondencias únicas entre color y trazo y espacio y materia orgánica. Sus mascaras que hacen referencia a la mascarada africana guardan en la representación pictórica el elemento originario de la tradición tribal: el animismo. El anima de la mascara toma poder con la fuente que la utiliza y se establece la comunicación entre sujeto y “un más allá posible”. Ese mecanismo de entendimiento se establece en la estética de Arturo; parece un puente de comunicación con otros espacios y tiempos y la obra se vuelve eterna en la memoria del espectador.
Como el mismo Arturo enfatiza: su obra se sostiene en el pilar de la intuición y ahí revela su aura y su propio valor. Sus conocimientos musicales también manejan una solidez con su manifestación plástica y cobra sentido que la danza en un ritual aparezca con el manejo de las dimensiones y el color. Todo es una correspondencia absoluta en su obra y, nos remite, al recuerdo del rito en una imagen. Sin duda la obra de Arturo se encuentra uniendo dos mundos: el sensible y terrenal en la fuerza de su trazo.